En 1960 o en 2012. Cuando volar era un lujo, o cuando está al alcance de todos los bolsillos. Cuando ser azafata era glamoroso. Da igual, siempre ha sido lo mismo; siempre ha existido “la parte mala” de ser tripulante de vuelo.
Y no me refiero solo a aguantar a cientos de pasajeros al día. Que por uno amable, hay tres maleducados.
Me refiero a las enfermedades profesionales derivadas de ser azafata: Barotraumas (aerotitis,aerosinusitis), rotura de tímpanos, varices, hinchazón de tripa y tobillos, trastornos auditivos, dermatitis y hernias interdiscales…
A todo esto, que está llevado al límite de las molestias diarias, hay que sumarle que una azafata está expuesta a decenas de virus que traen los pasajeros a bordo. Pongamos una media de 800 pasajeros al día encerrados en un tubo con una atmósfera artificial. Rápidamente nos damos cuenta de que es una incubadora de gripes, resfriados, gastroenteritis, conjuntivitis, etc…
Barotrauma (aerotitis, aerosinusitis)
Un simple catarro. Volar con un resfriado o con sinusitis puede convertirse en tu peor pesadilla. Por eso nos avisan y nos requeteavisan de que si estamos constipadas no podemos subirnos al avión. La explicación es sencilla:
Cuando el avión comienza a descender, la presión del interior del oído y del exterior son diferentes (lo mismo con los senos nasales y paranasales). Es decir, dentro de tu oído hay una cámara cerrada de aire que está a una presión determinada; pero cuando descendemos, la presión del exterior aumenta más rápido que la del interior. El oído intenta igualar esta presión, pero la mucosidad de tu resfriado, que ahora ha invadido las trompas de eustaquio (conectan la nariz con el oído) hace que esta labor sea mucho más lenta y difícil. En este momento, el dolor se vuelve casi insufrible. La sensación es como de un pinchazo fortísimo, como si te estuvieran clavando una aguja en el tímpano.
Si se complica la situación, puede llegar a darse una perforación de tímpano.
Cualquier azafata del avión te recomendará que mastiques chicle o que tragues saliva. Pero sinceramente, si este dolor ya ha comenzado, poco podrás hacer para que pare.
Te recomiendo (aunque muchos TCP te dirán que no sirve de nada, yo te aseguro que aunque sea psicológicamente, funciona) que les pidas que empapen una bola de servilletas de papel en agua hirviendo. Luego escurren las servilletas y las meten en un vaso de plástico. Cuando lo tengas, póntelo en el oído, como si quisieras escuchar lo que hay dentro del vaso. El calorcito que desprenden las servilletas y los vapores calientes harán que te encuentres levemente mejor. Eso sí, no esperes que se te pase el dolor. Probablemente no cese hasta el aterrizaje, o incluso te dure unas horas desde que te bajes del avión.
Que un avión presurice correctamente es fundamental para que no pasen este tipo de cosas; por eso, si hay alguna pequeña grieta en la puerta, si no cierra herméticamente o si el sistema de presurizado de la cabina no funciona a la perfección, los pasajeros y la tripulación sufrirán dolores en los oídos, en la cabeza, en lo senos faciales e incluso en las muelas mal empastadas.
A veces cuando los bebés lloran desconsoladamente en los descensos, es porque están sufriendo un barotrama. Los papás no suelen tener ni idea de lo que le pasa a su bebé y se desesperan tratando de calmarles. Os aseguro que es uno de los dolores más horribles que he pasado en mi vida, así que imaginaos lo que tiene que sufrir un bebé. Sed comprensivos y si os toca uno al lado preguntadle a los papás si el bebé está resfriado. Veréis cómo os dicen que sí.
Aunque los TCP tenemos prohibido volar en estas condiciones, muchas veces por no dejar la línea tirada o sacar una imaginaria, nos subimos igual al avión. Mal hecho, porque ni estamos en las condiciones óptimas para trabajar (no escuchamos bien, estamos de mal humor y no nos concentramos en las posibles emergencias que ocurran) ni deberíamos arriesgar nuestra salud.
Varices y tripa hinchada
Otra de las consecuencias de los cambios de presión es la aparición de varices en las piernas.
Nos pasamos muchas horas al día de pie, empujando carros que pesan kilos y kilos en un plano que no es del todo horizontal. Si a esto le sumamos los cambios de presión, obtenemos esas molestas y dolorosas venas inflamadas de color azul.
Por eso, en cada escala debemos sentarnos un rato con la piernas en alto para favorecer la circulación de la sangre y que las venas de los miembros inferiores se deshinchen lo máximo posible.
Lo mismo ocurre con la tripa. Cuando nos probamos el uniforme por primera vez, nos aconsejan comprar media talla más de la habitual (las tallan van de media en media; talla 2-2.5-3-3.5…) porque lo normal es que al final del día, la tripa se nos haya hinchado un poco.
Radiaciones cósmicas
La radiación cósmica está compuesta por diferentes partículas nocivas cargadas de energía que provienen del espacio exterior y del sol. En la tierra estamos expuestos a este tipo de radiación, pero a mayor altura (17-20km), mayor exposición y riesgo.
La OMS (Organización Mundial de la Salud) dice que se considera normal la radiación entre 2 y 3 mSV (mSV, MiliSieverts; Sievert es la unidad que se utiliza para mediar la radiación). Sin embargo, se ha comprobado que las tripulaciones de vuelo llegan a estar expuestas a una radiación de hasta 5 mSv.
Una continua radiación a este nivel, aumenta el riesgo de producir cáncer. De hecho, existen algunos estudios que aseguran un aumento de cáncer de mama y de piel entre azafatas de vuelo, aunque no son concluyentes en cuanto a la radiación cósmica como factor determinante.
Cuando una azafata de vuelo se queda embarazada, está terminantemente prohibido que siga volando: primero por los cambios de presión. Segundo por la radiación cósmica. Pero calma, que no cunda el pánico… estamos rodeados de otras muchas cosas que no benefician a nuestra salud en absoluto.
Deformidades en los pies, hernias lumbares, sinusitis y migraña crónica son otras de las enfermedades derivadas de esta bella profesión. A mi me compensó.